Dany Ochoa
Dany Ochoa
Publicado el 24 Noviembre 2025

La construcción que viene: por qué la próxima década será la más transformadora de nuestra historia

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La construcción que viene: por qué la próxima década será la más transformadora de nuestra historia

La construcción siempre ha sido una industria poderosa. Monumental. Capaz de definir la forma en que vivimos, nos movemos y nos relacionamos con el mundo. Pero también ha sido, durante décadas, un gigante que avanzaba con pasos lentos, sostenido más por la experiencia humana que por sistemas precisos. Y aunque esa experiencia ha sido el corazón que ha mantenido vivo al sector, hoy ya no es suficiente. Lo que viene en los próximos diez años será una reconfiguración tan profunda, tan inevitable y tan radical, que la construcción que conozco desde hace veinte años simplemente dejará de existir. 


Quiero contarte algo que solo quien ha vivido este sector desde dentro entiende. Cuando pasas dos décadas entre obras, proveedores, presupuestos, imprevistos y decisiones que deben tomarse con absoluta firmeza, empiezas a ver patrones. Patrones que se repiten sin importar el tamaño de la obra, el tipo de cliente o el país. Retrasos que nacen siempre del mismo lugar, errores que se multiplican por las mismas causas, desgastes que parecen formar parte natural de la industria. Durante mucho tiempo aceptamos estos problemas como inevitables, como si fueran parte del ADN de la construcción: el desorden, la incertidumbre, la improvisación. Pero no lo son. Y la próxima década va a demostrarlo. 


La industria está enfrentándose a una presión que ya no se puede ignorar. Margenes más ajustados, plazos más exigentes, costos más volátiles, regulaciones más estrictas y un entorno que exige resultados medibles, sostenibles y trazables. La construcción ya no puede permitirse decisiones basadas en intuiciones aisladas o procesos heredados. No con el nivel de complejidad que manejamos hoy. No con la competencia que se está gestando a nivel global. No con clientes que quieren certezas donde antes había excusas. 


Y en medio de esa presión aparece algo que durante años estuvo prometido, pero no listo: la tecnología. La verdadera. La que funciona. La que no se queda en presentaciones de PowerPoint. La que se integra en el día a día de una obra y la transforma desde adentro. No estamos hablando solo de BIM, ni de drones, ni de digital twins, ni de plataformas de gestión. Estamos hablando de un ecosistema completo que por primera vez tiene la capacidad de conectar todas las piezas sueltas que siempre hicieron de la obra un organismo impredecible. 


La próxima década será histórica no porque construyamos edificios más altos o infraestructuras más ambiciosas, sino porque la obra se volverá inteligente. Porque dejaremos de operar a ciegas y empezaremos a operar con precisión quirúrgica. Porque la información llegará a tiempo, no cuando ya es inútil. Porque podremos anticipar riesgos antes de que exploten. Porque la cadena de suministro será un sistema trazable y no una apuesta. Porque la planificación dejará de ser una fantasía para convertirse en un modelo vivo que respira con la realidad del proyecto. 


Quien no lo ha visto desde adentro no imagina lo que esto significa. Durante años, la construcción ha sido una industria que reacciona: reaccionamos al retraso, al incremento de costos, a la falta de material, a la incidencia en obra, a la decisión tardía, al cambio imprevisto. Todo era un “arreglar sobre la marcha”. Y aunque eso habla muy bien de la resiliencia del sector, también ha sido el mayor obstáculo para su evolución. La reacción es agotadora, cara e imprecisa. La próxima década marcará el paso definitivo hacia la anticipación. 


Ese será el verdadero cambio. 

No la tecnología en sí. 

La capacidad de anticipar. 

Los nuevos modelos digitales permiten simular antes de ejecutar. Los sensores en obra permiten detectar anomalías cuando apenas están naciendo. Los algoritmos predictivos pueden señalar desviaciones antes de que se conviertan en fallas. Y la integración de la cadena de suministro —quizá el desafío estructural más grande de todos— permitirá que la planificación no sea solo un documento técnico, sino una herramienta viva, conectada a la realidad de proveedores, materiales y logística. 


He visto suficientes obras para saber algo: el 80% de los problemas no proviene de la ejecución, sino de la información. De decisiones que se tomaron tarde. De datos incompletos. De detalles que no se comunicaron. De proveedores que no estaban alineados. De logística que no se anticipó. Por eso, la próxima década transformará más la manera en que operamos que la manera en que construimos. La inteligencia estará en el proceso, no solo en el resultado. 


Pero aquí está la parte más importante de todas, y me atrevo a subrayarla porque sé que generará debate: la verdadera revolución no será tecnológica; será humana. La construcción nunca ha tenido miedo a las máquinas; ha tenido miedo a cambiar la forma de trabajar. Lo más difícil no será implementar sistemas nuevos, sino abandonar los viejos. Cambiar la mentalidad del “siempre lo hemos hecho así” por la del “¿cómo lo hacemos mejor?”. 


La digitalización no fracasa por falta de software. Fracasa por falta de mentalidad. Por falta de liderazgo. Por miedo al cambio. Por falta de visión. Y por eso digo con total convicción que la próxima década será el mayor filtro de talento que este sector haya visto. Los perfiles híbridos —los que combinan conocimiento técnico con visión digital, oficio con criterio, datos con intuición— serán los que lideren el futuro. Y serán pocos, porque no basta con entender tecnología: hay que entender cómo transformarla en valor operativo. 


La construcción que viene requiere otro tipo de profesional. Más analítico. Más curioso. Más conectado. Más dispuesto a cuestionar. Más preparado para integrar. Más consciente de que la obra ya no empieza con un croquis ni termina con una entrega; empieza con un dato y termina con otro. 


Y digo esto desde mi propia experiencia. Después de dos décadas, he visto empresas que se quedaron en el pasado y hoy ya no existen. Y he visto empresas que decidieron transformarse y ahora lideran. La diferencia no fue la tecnología: fue la mentalidad. Fue el liderazgo. Fue la visión. Lo que viene no premiará a quien tenga más maquinaria ni más recursos, sino a quien tenga mayor capacidad de adaptarse, desaprender y reconstruirse desde adentro. 


Esta década será un parteaguas. Una línea que dividirá la historia de la construcción en dos. Y quienes logren cruzarla serán los que entiendan que la obra ya no es un lugar de improvisación, sino un ecosistema de decisiones inteligentes. Quienes sigan pensando que “así funciona el sector” estarán cavando su propia irrelevancia. 


Lo digo con toda la intención de provocarte, de retarte: 


 

El futuro de la construcción no va a esperar a nadie. Pero sí va a recompensar enormemente a quienes se atrevan a liderarlo. 

 



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